Si no quieres que te escuchen gemir...
sábado, 28 de abril de 2007
Shhhh... II
Escuchó el sonido de una puerta al abrirse, y las manos de él le indicaron el camino al interior del piso tan sólo sosteniendo sus propias manos delicadamente. Cuando había dado varios pasos, tras ella la puerta se volvió a cerrar y de nuevo se hizo el silencio. Sintió una leve corriente de aire a su lado, quizá provocada por él al caminar, y en algún lugar de la habitación comenzó a sonar una música lenta, sensual y sugerente que volvió a erizar su piel.

"Si en algún momento no te encuentras cómoda, tan sólo dímelo y podrás quitarte el antifaz; te irás y no volverás a verme. Pero si decides quedarte, relájate y confia en mí."

Confiaba en él. De hecho eso era lo más extraño de todo, lo más inquietante y que a la vez la ponía aún más cachonda... que confiaba en un completo desconocido, que estaba entregándose ciegamente a él.

De nuevo otra corriente de aire a su lado. Para entonces los cuatro sentidos que no tenía vendados trabajaban al 100%, y esa leve brisa trajo hasta ella un aroma profundo y amaderado; no supo adivinar si se trataba de algún tipo de perfume que él usaba o era, simplemente, su olor corporal. Inspirando para llenar sus pulmones de aquel agradable aroma, otra respiración se unió a la suya cerca, muy cerca de su oído. Él tenía su rostro junto a la nuca de la chica, podía sentirle detrás de ella tan cerca que su calor resbalaba por su propia espalda. Gimió levemente al sentir unos labios sobre su cuello, unos brazos abrazándola suavemente y unos dedos acariciando sus brazos despacio, desde el hombro hasta sus muñecas. Él comenzó a besar su cuello muy lentamente, abriéndose camino con sus labios por entre las ondas de su melena hábilmente. Con sus manos grandes y seguras continuaba acariciándole los hombros, los brazos, las yemas de los dedos... y la respiración de la chica se hizo más agitada, disparando los latidos de su corazón.

Entonces él cambió la trayectoria de sus caricias. Al llegar hasta los hombros, esta vez bajó sus manos hacia el pecho de ella, resbalando por su piel suave y agitada. Por encima del vestido acarició sus pezones, que ya se adivinaban duros tras la fina tela oscura. Sin dejar de besar y lamer su cuello, sus manos pellizcaban delicadamente las tetas y después volvían a acariciarlas en círculos.

Ella ya gemía y suspiraba sin pudores, entregada, y con su boca trataba de encontrar el rostro del hombre, todavía perdido en su nuca y su cabello. Pero él la sorprendió de nuevo subiendo sus manos hasta sus hombros y haciendo caer los tirantes del vestido, bajando después poco a poco la escueta prenda hasta el suelo con su boca, lamiendo su cuerpo con su aliento cálido cada vez que mordía el vestido por un lugar diferente y tiraba de él hacia abajo.

Estaba en ropa interior delante de un hombre al que ni siquiera veía. Lejos de sentir miedo o desconfianza, el deseo la empujaba a querer más, a morderse el labio y buscar a tientas el cuerpo de él. De nuevo la mano del hombre agarró su brazo, ella dió un pequeño respingo, sorprendida, y él volvió a susurrarle:

"Shhhhh..."

Él la levantó entonces y comenzó a caminar con ella en brazos. La chica volvió a sumergirse en el aroma masculino de él, en el calor del aliento que le entibiaba el cuello y que tanto la provocaba. Se agarró a los hombros del hombre y se dejó guiar, obediente, hasta una superficie mullida y sedosa donde él la depositó con cuidado. Parecía una cama enorme (no llegaba a rozar el borde opuesto) e instintivamente ella se estiró para sentir el frescor de aquellas sábanas de seda sobre su piel.

"No te muevas".

Acomodó su cabeza en la almohada y aguardó sin moverse.
Permaneció quieta un par de minutos en los que trató de agudizar aún más el oído para adivinar lo que él estaría haciendo en medio de tanto silencio, pero los latidos de su corazón agitado era lo único que acertaban a distinguir sus sentidos.
Cuando comenzaba a inquietarse, le cogieron la mano derecha y empezaron a pasar un lazo alrededor de ella. Instantes después, el hombre repitió la operación con la otra mano y tiró del lazo, con lo que ella descubrió que estaba maniatada. Él dio otro tirón suave de la tela y consiguió que las manos de ella quedasen juntas e inamovibles sobre su cabeza, y al tratar de moverlas (sin éxito) la chica comprobó que habían terminado amarrándola al cabecero de la cama.

Amarrada, ciega, sometida. No podía hacer más que esperar, y lo que hacía que su tanga transparente se humedeciese era que todo aquello le gustaba.

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Susurrado por Lena at 15:13 | Permalink |


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