Si no quieres que te escuchen gemir...
miércoles, 25 de abril de 2007
Shhhh... I
Le temblaban las piernas cuando se bajó del coche. Ya no había vuelta atrás, lo sabía bien, pero el hecho de acudir a esa peculiar cita marcaba un antes y un después en su vida sexual, en su vida. Una parte de su mente le gritaba al oído que era una locura, que no debería estar ahí... pero una parte de su vientre, la zona de su corazón que latía más rápido le decía que por fin iba a encontrar lo que tantas veces había buscado, lo que soñaba cada noche y que le provocaba un despertar jadeante sobre su lecho de sábanas húmedas desde hacía años.

Caminó por esas calles aún desconocidas para ella lentamente, martilleando el suelo con sus botas de tacón. Con ayuda de un pequeño mapa escrito sobre una servilleta de papel se iba guiando por entre las callejuelas y cruces ahora desiertos y alumbrados tan sólo por la luna llena, preguntándose cómo demonios había llegado hasta ese punto. Ella, una mujer responsable y segura de sí misma. Ella, que prefería tenerlo todo controlado, que jamás dejaba nada para mañana si estaba en sus manos acabarlo hoy. Ella, que con sus anteriores parejas jamás había permitido que otros llevasen las riendas. Ella... una mujer que sabe lo que quiere, que se cuida y se mima por encima de todo y de todos y que no permite que nadie le diga lo que tiene que hacer...

Y allí estaba, acercándose al edificio azul marcado con una cruz en su servilleta. Se detuvo un momento frente al bloque de pisos para inspirar hondo. La brisa fresca le revolvió el flequillo, y ella se lo echó hacia atrás mientras retomaba su camino caminando pausadamente.

Pulsó el boton del portero automático y, tras unos minutos de intenso silencio en el que sólo se escucharon el ruido de las motos y el de su propia respiración, la puerta se abrió con un pitido. Empujó la puerta y se adentró en el portal.
Caminando hacia el ascensor se miró un instante en el espejo que lamía las paredes del portal. Estaba preciosa. Llevaba un vestido muy corto negro y ajustado que realzaba aún más sus curvas, el pelo parcialmente recogido con las ondas color azabache resbalando sobre sus hombros y sus botas de tacón, esas que estilizaban aún más sus piernas. Bajo el vestido, tan sólo un breve y escueto conjunto de ropa interior transparente cubría las zonas menos visibles de su cuerpo, terminando así de completar el atuendo más sexy y atrevido que ella se había probado jamás.

Entró en el ascensor y pulsó el botón del cuarto piso. Durante los minutos que tardó en subir por su mente pasaron mil recuerdos e imágenes pasadas. Recordó cómo le había conocido en ese chat de sexo, ese canal prohibido donde se hablaba sin prejuicios de tríos, de dominación, de bondage, de intercambios. Por su mente pasaron aquellos momentos de pudor y desconcierto que sintió las primeras veces que entró en el chat, pero también esa curiosidad y esa sensación placentera que le hacía quedarse y leer, preguntar, conocer. Cuando él la abordó aquella noche, con sus preguntas y su forma de escribir elocuente y madura, ella se derritió. Algo en su interior dejó de estar dormido y provocó que el miedo y la vergüenza desapareciesen, para empujarla por fin a ese mundo nuevo que le estaba esperando.

Inspirando profundamente, caminó a lo largo del pasillo a oscuras, tal y como él le había pedido. Casi a tientas llegó hasta el final, donde la puerta con la placa que decía "41" se situaba frente a ella. Rompiendo los últimos vestigios de pudor que le quedaban, abrió su bolso y sacó el antifaz negro. "Póntelo en cuanto llegues a la puerta, justo en ese momento". Se aseguró de que estaba bien puesto y, rodeada de una nueva y completa oscuridad, golpeó con sus nudillos sobre la puerta. "No llames al timbre...".

Aguardó unos minutos paralizada, en silencio, tratando de agudizar el oído para escuchar cualquier movimiento a su alrededor. Se preguntó entonces con inquietud qué pasaría si cualquier otro vecino abría la puerta y se la encontraba allí, en el pasillo, vestida como una guarra, nerviosa, excitada y con los ojos vendados. De hecho eso mismo podría estar sudeciendo en ese mismo instante, aunque ella no pudiese verlo ni ser consciente...

Cuando a punto estuvo de echarse atrás y salir corriendo, algo le rozó el brazo. Fue una caricia, el simple paseo de unos dedos desde el hombro desnudo hasta el codo que hizo que todo su cuerpo se estremeciese. Abrió la boca para exclamar algo, pero una voz profunda y varonil le ordenó: "shhhhhh, no digas nada"...

Era él. Por vez primera estaba oyendo su voz, conociendo un aspecto de él más real que un simple nick o palabras escritas en un monitor, y a pesar de que no podía verle el influjo que esa voz serena y grave ejercía sobre ella era tremendamente irresistible. Dispuesta a obedecer, cerró la boca y guardó silencio.

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Susurrado por Lena at 11:40 | Permalink |


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